sábado, 9 de febrero de 2013

Leyenda Celta... Tristán e Isolda


La Leyenda de Tristán e Isolda


Tristán e Isolda es un cantar de gesta celta que tiene lugar en la Edad Media, en Europa, en la época de las cruzadas. Narra las hazañas de un héroe que comete una grave traición por culpa de un amor forzado por un brebaje mágico.



En tiempos muy antiguos reinaba el Rey Marcos de Cornualles en Inglaterra, al saber que sus enemigos se preparaban a luchar contra él, su amigo el Rey Rivalén de Irlanda cruzó el mar para llevarle su ayuda y lealtad. Le sirvió con la espada y el consejo como le hubiera servido un vasallo. Y en recompensa de su fidelidad, el Rey Marcos le entrego a su hermana la princesa Blanca Flor en matrimonio, a quien el Rey Rivalen amaba con maravilloso amor.

Después de las bodas reales, el Rey Rivalen tuvo que regresar a sus tierras, pues llegaron a él noticias de que su viejo enemigo el Duque Morgan había invadido su reino, arruinado sus burgos y quemado sus campos.

Partió pues, el Rey Rivalen para rescatar su reino dejando a Blanca Flor con su mariscal a quien todos llamaban el fiel Roalt por su lealtad hacia Rivalen.

Le esperaron largo tiempo, pero Rivalen jamás regresó. Después Blanca Flor supo que el Duque Morgan le había matado... ella no lloró ni despidió ningún lamento, más su alma quiso arrancarse de su cuerpo y reunirse con Rivalen dondequiera que el se encontrara.
Durante 3 días trató de unirse con él, sin escuchar las palabras de consuelo del fiel Roalt.
Al cuarto día, dió a luz a un varón y tomándolo en sus brazos exclamó: "En mi tristeza naces, y triste es la primera fiesta con que te halago. Sólo por ti, tengo pena de morir, y puesto que viniste al mundo en la tristeza, te llamarás Tristán.”
Lo besó y murió.

Roalt recogió al huérfano y lo adopto como suyo para protegerlo de los enemigos.
Le enseñó a manejar la espada, la lanza, el escudo, el arco, a odiar toda mentira, a socorrer a los débiles y a sostener la palabra empeñada.

Hallándose Tristán de caza, se unió a un tropel de oficiales que cazaban también en un bosquecillo lejano de su morada. Maravilló a todos con sus gentiles maneras y su cortesía para hablar.

Los oficiales eran siervos del Rey Marcos de Cornualles, de quien sin saberlo, Tristán era su único sobrino.
Lo condujeron ante el Rey Marcos y pronto sedujo su corazón que había llegado a la madurez de edad sin hijos ni parientes, pues no cesaba de lamentar la muerte de su amada hermana Blanca Flor.

Después de un tiempo, Roalt partió en busca de Tristán y acertó visitar las tierras del Rey Marcos; al encontrarlo, Roalt relató al Rey la historia del nacimiento de Tristán y el Rey lo reconoció como su sobrino y lo armó caballero.
Juntos reconquistaron las tierras del Rey Rivalen y éstas le fueron entregadas a Roalt por órdenes de Tristán, quien decidió vivir con su tío.

Los barones del Rey Marcos celaban a Tristán; sedujeron al Rey le convencieron de contraer matrimonio para tener un heredero.
Trsitán estaba de acuerdo con la idea y partió en busca de una doncella para su tío. Había oído historias de Isolda la rubia, princesa de un poblado de Irlanda el cuál era amenazado por un dragón.
La mano de Isolda era la recompenza por matar al gran dragón.

Partió pues a Irlanda y se armó en secreto para dar muerte al dragón.

Mientras el pueblo dormía, se introdujo a la guarida y emboscó al dragón, enterrándole la espada en la garganta y partiéndole en dos el corazón. Le corto la lengua para comprobar su hazaña.

A la mañana siguiente, se presentó ante los reyes, y rechaza para sí la recompensa, pero con grandes alabanzas la acepta para su señor el Rey Marcos, sellando así pactos de amor y comercio entre los dos países.

Cuando llegó el tiempo de entregar a Isolda a los caballeros de Cornualles, la madre de Isolda fue al bosque a recoger yerbas, flores y raíces, las mezcló en un poco de vino creando un brebaje poderoso y lo vertió en un ánfora de barro cocido.

En secreto comisionó a Berengueana, la doncella de Isolda, esconder el ánfora durante el viaje y verter el vino en las copas del Rey Marcos y la princesa Isolda el día de la cena de bodas. Nadie más que ellos debían beber ese vino, pues tenía tal virtud que quienes de él bebieran, se amarían por siempre, durante la vida y más allá de la muerte.

La nave de Tristán iba cortando las profundas olas, y a cada nuevo día que la separaba de Irlanda, mayor era la tristeza de Isolda.
Cuando se acercaba a Tristán, una ola de odio estallaba en su pecho, pues él la había alejado de los suyos y de sus tierras, llevándola a desposarse con un monarca viejo a quien ella no conocía ni mucho menos amaba.

Un día el viento cesó y un calor profundo e insoportable abrumaba el aire.
Tristán bajó a la bodega en busca de vino que ofrecer a Isolda para mitigar su sed y tropezaron sus manos con el ánfora de barro. Lo tomo, y se sirvieron los dos jóvenes.

Dulce le parecía el vino a Isolda, pero no era el vino, era la pasión, era el áspero júbilo, la angustia sin fin y la muerte.

Tristán sentía arder su pecho, como si lo desgarrara una zarza de espinas agudas y flores amorosas, cuyas raíces le entraban en el corazón y cuyo ramaje se unía a su cuerpo, el cuerpo hermoso de Isolda.
Maldecía el día en que fue acogido por su noble tío en su reino, pues Isolda le pertenecía y no debía amarlo.

Pero Isolda lo amaba, quería odiarlo, pero un poder maravilloso la unía a su raptor y la idea de lo imposible irritaba su ternura haciéndola más dolorosa y profunda que en el odio.

Habían bebido el brebaje de su amor y de su muerte.

Isolda se desposó con el Rey Marcos entre la alegría de vasallos y barones.
Los nobles la honraban y los humildes la querían. Pero la desgracia roía su corazón.
Amaba a Tristán y un santo respeto la invadía frente a su esposo venerable. Pero los jóvenes se reunían cada noche en el bosque; protegidos por la sombra de los árboles, conversaban sobre un amor doloroso e imposible; saciaban la sed interminable de pasión que les produjo el vino del ánfora.

El comportamiento extraño de Isolda, la denuncia ante los enemigos de Tristán; éstos los espían y conciben sospechas que destilan amargos celos en el viejo corazón del Rey Marcos.

La inquietud lo tortura, espía en sus gestos el amor que se ocultan, y destierra a Tristan.

Sus cortesanos lo conducen a errores más graves.
Interna a Isolda en el Lazareto de los leprosos. La rapta de ahí, Tristán; y Marcos los persigue de colina en colina.

Una noche, vencidos de sueño, los halla el rey; dormidos sobre el césped.
Hay tal dolor y tan grande pureza en las facciones de los jóvenes, que Marcos sintió al verlos, rompérsele el corazón.

Vuelve Isolda al castillo de Cornualles bajo la salvaguardia del rey. Pero los barones desleales desconfían de ella y exigen que se someta a la prueba de fuego.
Debía jurar que ningún hombre la había llevado en brazos a excepción del rey Marcos.

Cuando llega el día del juicio de Dios, Isolda viste una túnica blanca hasta los pies con los pechos y brazos desnudos.
Se acerca a la hoguera, y un monje desconocido la toma en brazos; ese monje es Tristán, a quién nadie ha podido sorprender, más que Isolda.
Por eso ella sonríe ante las llamas y tomando una braza viva jura ante Dios:

"Ningún hombre nacido de mujer, me ha llevado en sus brazos, con excepción del Rey Marcos, y de este pobre monje, que según habéis visto me ha conducido hasta esta hoguera..."

Dejando rodar las brazas extintas, alzó los brazos desnudos al cielo y vieron todos que su carne era más lisa y sana que las ciruelas de los árboles...

Lejos de Isolda, Tristán enloqueció.
Viajaba por tierras mágicas y lejanas sin encontrar la paz que buscaba su corazón.

De los lugares donde moraba, parten mensajeros hacia Bretaña en busca de Isolda la Reyna. Con engaños la llevan a bordo de una nave equipada por Tristán, levan ancla y el soplo de Dios hincha las velas alejando el barco de las costas de Cornualles.

Tristán, enfermo, interrogaba al mar, pero la debilidad lo vence y el brillo del sol ciega sus pupilas.

La vida de Tristán se escapa de su pecho.
Tres veces exclama "Isolda, amada mía"... y su alma vuela...

Sobre su cuerpo, la rubia Isolda, al llegar no vierte una lágrima.
Se dobla su talle, con flojedad de agonía, y cae muerta a su lado, para siempre ya su compañera...


Los buenos trovadores cantaron este cuento para que lo oyeran, algún día, todos los que se han amado o se amarán...




HISTORIA DE TRISTÁN E ISOLDA



Tristán era hijo de Rivalín, rey de Leonís, y de Blancaflor, hermana del rey Mark de Cornualles.

Su padre perdió la vida luchando en el campo de batalla contra el duque Morgan y su madre murió al dar a luz.
Tras la muerte de sus padres, se encargó de su educación el caballero Governal, que se convirtió en su maestro y amigo.

Cierto día, terminada ya su educación, unos piratas secuestran al joven y lo llevan a Cornualles, donde sus nobles maneras hacen que lo reconozca el rey Mark de Cornualles, su tío.
Tristán, admitido en la corte de Tintagel, acaba siendo ordenado caballero. Recibió las armas y volvió a Leonís para derrotar al duque Morgan, al que mató en un duelo.

Cornualles era sometido a un tributo deshonroso por el rey de Irlanda, que exigía el pago de trescientos jóvenes y trescientas doncellas.

El encargado de recaudar el tributo era Morholt, un hombre de tamaño descomunal con una fuerza sobrehumana que ningún caballero se atrevía a desafiar.
El rey de Irlanda aceptó, sin embargo, que esta obligación no fuera cumplida si un campeón vencía en combate singular a su cuñado Morholt.
Tristán acepta el desafío y mata a Morholt, pero éste antes de morir lo hirió con su espada.

La muerte de Morholt conmocionó al reino de Irlanda y a su sobrina, la joven princesa Isolda, de bellísima cabellera rubia, que prometió odiar a su asesino.

Agotado por el esfuerzo y la pérdida de sangre, Tristán se arrastra hasta una barca, en la que se desvanece; y la embarcación, flotando a la deriva, llega a la costa irlandesa, donde lo recogen y curan la reina y su hija Isolda.


La reina es hermana de Morholt, pero ignora que Tristán lo ha matado.

Un día, cuando el héroe se ha recobrado de sus heridas, Isolda descubre que la espada de Tristán tiene una muesca que corresponde exactamente al fragmento de hierro que se ha encontrado en el cráneo del difunto Morholt.
Comprende la verdad y concibe un odio feroz hacia el extranjero.
Solo la intervención de su madre estorba su venganza y permite que Tristán regrese a Cornualles.

De vuelta a la corte del rey Mark, las descripciones que Tristán lleva a cabo de la hermosura de Isolda son tan fogosas y entusiastas, que el rey decide pedir la mano de la princesa y convierte a su sobrino en embajador de la petición.

El rey de Irlanda consiente la boda y Tristán se embarca con la princesa.

Durante el viaje de vuelta a Cornualles, Isolda y Tristán toman accidentalmente una poción de amor, (custodiada por Brangaine, doncella de la princesa), que la reina madre había preparado para Isolda y Marco. 

 
Así nace entre los dos una pasión irresistible, que, con todo, no destruye su respectivo sentido del deber, en lo que importa al rey Mark. Por lo tanto, Tristán lleva a Isolda a Cornualles y la joven se casa con el rey. Pero la situación se hace pronto insoportable.

Los barones del rey empezaron a sospechar de los frecuentes encuentros entre Tristán y la reina en ausencia del monarca. 


Presionado por sus caballeros, el rey decidió espiarlos sin descubrir inicialmente su historia de amor. Pero al final, en un descuido, Tristán manchó con la sangre de una herida las sábanas del lecho de Isolda y el rey descubrió el romance condenándolos a la hoguera.

Los amantes huyeron al bosque de Morois perseguidos por los barones del rey Mark. Allí se escondieron durante cierto tiempo, hasta ser sorprendidos por el monarca una mañana mientras dormían, pero los perdona generosamente.
Su bondad impresiona mucho a los enamorados.

 
La reina Isolda vuelve junto a su esposo y Tristán se dirige a la Bretaña. Allí conoce a Isolda de Bretaña, hija del duque Hoel, y se casa con ella porque era bella y su nombre le recordaba a su amada, pero en realidad no era un hombre feliz y ocultaba su tristeza a los que le rodeaban.

En un combate Tristán recibe una herida de una espada envenenada que ningún médico sabe curar. Entonces pide que un barco vaya en busca de Isolda de Irlanda, que con sus artes curativas era la única que podría impedir su muerte. Y ruega al piloto que, al regresar, ice una vela blanca si ella está a bordo y una negra si no está. Isolda de Bretaña se entera de los planes de su esposo y maquina una venganza poseída por los celos.

Cuando se avista la nave, Tristán no tiene fuerzas para ir hasta la ventana y ruega a su esposa que le diga el color de la vela. La vela es blanca, pero Isolda de Bretaña responde que su color es negro y Tristán fallece desesperado. Isolda de Irlanda saltó a tierra y tan rápido como pudo llegó al lado de Tristán, pero no encontró sino el cadáver de su amado, se acostó a su lado y murió junto a él. 


Así los que estuvieron separados en la vida se encuentran al fin unidos en la muerte.

Son sepultados en tumbas contiguas, en las que se plantan dos ramas de madreselva.
Al crecer, los arbustos se inclinan uno hacia el otro y se unen enlazando tan estrechamente sus ramas que nadie las puede separar, símbolo de un amor que ni siquiera la muerte apaga. 



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