RUFINO DE ASÍS
COMPAÑERO DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
COMPAÑERO DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
Fray
Rufino, de familia noble, era primo hermano de Santa Clara.
Entró en
la fraternidad probablemente en 1210.
Tímido,
más bien acomplejado aun espiritualmente, amaba el silencio y el retiro; le
resultaba molesto salir por la limosna y, sobre todo, ir a predicar.
San
Francisco, aunque alguna vez lo puso a prueba, fue siempre comprensivo con él y
lo hubiera canonizado en vida.
Tomó
parte con los hermanos León y Ángel en la compilación del relato de los «Tres
compañeros».
Murió en
Asís en 1270 y fue sepultado en la basílica de San Francisco, lo mismo que
Bernardo, Ángel y Maseo.
(L. Iriarte).
(L. Iriarte).
Capítulo XXX
La hermosa predicación que hicieron en Asís
San Francisco y el hermano Rufino
cuando predicaron sin hábito
La hermosa predicación que hicieron en Asís
San Francisco y el hermano Rufino
cuando predicaron sin hábito
Este hermano Rufino estaba de tal manera absorto en Dios por la continua
contemplación, que se había hecho como insensible y mudo; hablaba muy poco; por
otra parte no poseía ni gracia, ni valor, ni facilidad para hablar en público.
No obstante, San Francisco le ordenó una vez ir a Asís y predicar al pueblo lo
que Dios le inspirase.
El hermano Rufino replicó:
-- Padre reverendo, perdóname si te suplico que no me mandes tal cosa;
sabes muy bien que yo no tengo gracia para predicar y soy simple e ignorante.
Entonces le dijo San Francisco:
-- Ya que no has obedecido en seguida, te mando, en virtud de santa
obediencia, que vayas desnudo a Asís, con sólo los calzones; entres en una
iglesia y, así desnudo, prediques al pueblo.
A esta orden, el hermano Rufino se quitó el hábito y fue desnudo a Asís,
entró en una iglesia y, hecha la reverencia al altar, subió al púlpito y
comenzó a predicar.
Al verlo, comenzaron a reírse los muchachos y los hombres, y se decían:
-- Estos hombres, a fuerza de penitencia, acaban por perder la razón y se
vuelven fatuos.
Mientras tanto, San Francisco se puso a reflexionar sobre la pronta
obediencia del hermano Rufino, que era de los primeros caballeros de Asís, y
sobre la orden tan dura que le había impuesto, y comenzó a reprocharse a sí
mismo: «¿De dónde te viene semejante presunción, hijo de Pedro Bernardone,
hombrecillo vil, que te atreves a mandar al hermano Rufino, de los primeros
caballeros de Asís, que vaya desnudo, como un loco, a predicar al pueblo? Por
Dios, que vas a experimentar en ti lo que mandas a otros».
Al punto, con fervor de espíritu, se despojó del hábito y fue desnudo a
Asís, llevando consigo al hermano León, que llevaba el hábito de él y el del
hermano Rufino. Al verlo en tal guisa, los de Asís hicieron burla de San
Francisco, juzgando que él y el hermano Rufino habían perdido el seso por la
mucha penitencia. Entró San Francisco en la iglesia, donde estaba predicando el
hermano Rufino en estos términos:
-- Amadísimos míos, huid del mundo, dejad el pecado, devolved lo ajeno, si
queréis evitar el infierno. Guardad los mandamientos de Dios, amando a Dios y
al prójimo, si queréis ir al cielo. Haced penitencia, si queréis poseer el
reino del cielo.
Entonces, San Francisco subió al púlpito y comenzó a predicar tan maravillosamente sobre el desprecio del mundo, la santa penitencia, la pobreza voluntaria, el deseo del reino celestial y sobre la desnudez y el oprobio de la pasión de nuestro Señor Jesucristo, que todos cuantos estaban presentes al sermón, hombres y mujeres en gran muchedumbre, comenzaron a llorar fuertemente con increíble devoción. Y no sólo allí, sino en todo Asís, hubo aquel día tanto llanto por la pasión de Cristo, como jamás lo había habido.
Habiendo quedado el pueblo tan edificado y consolado con ese modo de
portarse de San Francisco y del hermano Rufino, San Francisco vistió al hermano
Rufino y se vistió él mismo; y así vestidos del hábito, regresaron al lugar de
la Porciúncula, alabando y glorificando a Dios, que les había dado la gracia de
vencerse mediante el desprecio de sí mismos, para edificar con el buen ejemplo
a las ovejas de Cristo y poner de manifiesto cómo se debe despreciar el mundo. Desde
aquel día creció tanto la devoción del pueblo hacia ellos, que se consideraba
feliz quien podía tocar el borde de su hábito.
En alabanza de Cristo. Amén.
Capítulo XXXI
Cómo San Francisco conocía puntualmente
los secretos de las conciencias de todos sus hermanos
Nuestro Señor Jesucristo dice en el Evangelio: Yo conozco a mis ovejas, y
ellas me conocen, etc. (Jn 10,14). De la misma manera, el bienaventurado padre
San Francisco, como buen pastor, estaba al corriente de todos los méritos y
virtudes de sus compañeros, por divina revelación, y conocía todos sus
defectos. Por eso sabía proveer del mejor remedio, humillando a los orgullosos,
ensalzando a los humildes, vituperando los vicios, alabando las virtudes, como
se lee en las admirables revelaciones que él tuvo acerca de aquella su primera
familia.
Entre ellas se refiere que, estando una vez San Francisco con el grupo
platicando de Dios, el hermano Rufino no se hallaba con ellos en la
conversación, porque estaba en contemplación en el bosque. Mientras ellos
continuaban hablando de Dios, vieron al hermano Rufino que salía del bosque y
pasaba a cierta distancia de ellos. En aquel momento, San Francisco, viéndole,
se volvió a sus compañeros y les preguntó:
-- Decidme, ¿cuál creéis vosotros que es el alma más santa que tiene Dios
en el mundo?
Ellos le respondieron que creían fuese la de él; pero San Francisco les
dijo:
-- Yo, hermanos amadísimos, soy el hombre más indigno y más vil que tiene
Dios en este mundo. Pero ¿veis a ese hermano Rufino que sale ahora del bosque?
Dios me ha revelado que su alma es una de las almas más santas que Dios tiene
en este mundo; y yo os aseguro que no dudaría en llamarlo «San Rufino» ya en
vida, porque su alma está confirmada en gracia, santificada y canonizada en el
cielo por nuestro Señor Jesucristo.
Estas palabras, sin embargo, nunca las decía San Francisco en presencia del
hermano Rufino.
Que San Francisco conocía de la misma manera los defectos de sus hermanos,
se ve claramente en el caso del hermano Elías, a quien muchas veces reprendió
por su soberbia, y en el del hermano Juan de Cappella, a quien predijo que
llegaría a ahorcarse él mismo, y en el de aquel hermano a quien el demonio
tenía cogido por la garganta cuando era corregido por desobediencia, y en el de
otros muchos hermanos, cuyos defectos secretos y cuyas virtudes él conocía
claramente por revelación de Cristo bendito.
Amén.
Tomado de:
http://www.sanantoniocolegio.com/50fco/03florecillas/30florecill.php
http://www.franciscanos.org/enciclopedia/rufinodeasis.htm
http://www.sanantoniocolegio.com/50fco/03florecillas/30florecill.php
http://www.franciscanos.org/enciclopedia/rufinodeasis.htm
SANTA INÉS DE ASÍS
HERMANA DE SANTA CLARA DE ASÍS
HERMANA DE SANTA CLARA DE ASÍS
La vida de Inés de Asís,
la hija segunda de Favarone y Hortelana, no está tan documentada como la de
santa Clara, su hermana "en la carne y en la pureza". Debió de nacer
en torno al 1197, pues por la Crónica de los XXIV Generales sabemos que murió a
los 56 años, poco después que hermana, fallecida en agosto de 1253.
Se llamaba, al parecer,
Catalina. Entre ella y su hermana corría un afecto recíproco y una comunión de
sentimientos, aunque Catalina no parecía tan orientada hacia la vida consagrada
como Clara. Según la Leyenda de Santa Clara, atribuida a fray Tomás de Celano,
su llamada a la vida religiosa fue fruto de la poderosa oración de Clara en el
monasterio de Santo Ángel de Panzo.
Tenía unos 15 años,
cuando la hermana mayor huyó de casa. Su otra hermana, Beatriz, era aún
demasiado pequeña para encontrar en ella la amiga que necesita. A medida que
transcurrían la Semana Santa y la de Pascua aumentaba en ella el deseo de
reunirse con Clara para entregarse al Señor, como ella. El 3 de abril se
decidió por fin a abandonar su casa y marcharse a Panzo, donde Clara la recibió
con un abrazo, dando gracias a Dios por escuchar sus ruegos. Enseguida empezó a
aleccionara en el seguimiento de Cristo crucificado. , pero la reacción de la
familia ante la desaparición de Catalina fue mucho más violenta que el día de
la fuga de Clara. Doce caballeros airados, con el tío Monaldo al frente,
corrían al monasterio y se abalanzaban sobre Catalina, dispuestos a no permitir
una nueva afrenta y otra pérdida familiar. A golpes y empellones la arrastraron
fuera del monasterio, hasta un arroyo cercano, pero no pudieron dar un paso
más. La resistencia de la jovencita y la oración de su hermana pudieron más que
la fuerza bruta de tantos hombres juntos, los cuales tuvieron que desistir,
finalmente, de llevársela a casa.
Dice la Crónica que,
después de este episodio de violencia, "el bienaventurado Francisco con
sus propias manos le cortó los cabellos y le impuso el nombre de Inés, ya que
por el Cordero inocente... resistió con fortaleza y combatió
varonilmente". Pocos meses después, tras la llegada de otras jóvenes
deseosas de seguir a Clara, se trasladaron a la iglesia de San Damián, donde fundaron
el monasterio de Santa María de San Damián y la orden de las Hermanas
Menores. Pero a Francisco no le agradó ese nombre, y las llamó Señoras
Pobres. El pueblo las llamaba Damianitas, y sólo después de la
muerte de Clara empezaron a llamarlas Clarisas.
Dirigida por Francisco
junto con su hermana y demás compañeras, Inés progresó de prisa en el camino de
perfección y mortificación, siendo la admiración de sus compañeras, sobre todo
por su corta edad. Desde el principio hasta el final de sus días rodeó su
cintura con un áspero cilicio de crin de caballo, y, al igual que su hermana,
se alimentaba, prácticamente, de pan y agua.
Dulce, compasiva,
solícita y caritativa, se comportaba como una madre con sus compañeras,
especialmente con las que sufrían por cualquier motivo. "Virgen
prudentísima" la llama su hermana en una de sus cartas a Inés de Praga.
Añade la crónica que, una noche, Clara la vio en oración, elevada del suelo y
coronada con tres coronas que, de tanto en tanto, le colocaba un ángel. Al día
siguiente logró que Inés le explicara cuáles eran los tres objetos de su
contemplación: la bondad y paciencia de Dios para con los pecadores, cómo
Cristo sufrió la pasión y muerte en cruz por toda la humanidad, y las penas de
las almas del Purgatorio.
Hacia el año 1218 se
fundaba en Florencia el monasterio llamado de Monticelli, e Inés fue enviada,
unos años más tarde, como abadesa, para instruir a las nuevas damianitas. Dice
la Crónica que, con su ejemplo de vida y con sus palabras amorosas y
persuasivas, implantó en dicho lugar la observancia de la pobreza evangélica.
En 1218 era abadesa Avegnente de Albizzo, la misma que que hizo donación del
lugar de Monticelli a la Iglesia de Roma, por mediación del cardenal Hugolino.
La donación se debía a que la comunidad florentina, como la de San Damián de
Asís, había renunciado a la posesión de bienes y rentas. Junto con la regla de
san Benito, la hermanas florentinas profesaron en manos del cardenal Hugolino
las mismas "constituciones" que regían en San Damián, y que debía ser
la regla dada por Francisco a Clara y sus hermanas, y que jamás llegó a ser
aprobada.
Una carta de Inés
dirigida a su hermana Clara desde Monticelli entre los años 1228-1230, nos
desvela algo del profundo dolor que le causó la separación, pero también del
ambiente de paz y unión que se respiraba en el monasterio florentino. No
sabemos el tiempo que permaneció allí, ni la fecha de su regreso a Asís. Según
el cronista fray Mariano de Florencia, del siglo XVI, la vuelta a San Damián
tenía relación con al empeoramiento de la salud de Clara. Lo cierto es que
santa Inés se encontraba a la cabecera de su hermana moribunda, en el verano de
1253. "Queridísima hermana -le habría dicho ésta, para contener su llanto
y aliviar su dolor- es del agrado de Dios que yo me vaya; mas tú cesa de
llorar, porque llegarás pronto ante el Señor, enseguida después de mí, y Él te
concederá un gran consuelo.
Gran consuelo fue para
Inés, tras la dolorosa separación del 11 de agosto, el multitudinario funeral
de su hermana, presidido por el papa Inocencio IV, presente toda la curia
romana -que residía entonces en el Sacro Convento de Asís-, y el traslado de
sus restos hasta la iglesia de San Jorge entre las alabanzas del pueblo, que ya
la proclamaba santa. Pero el mayor consuelo fue que, "al cabo de pocos
días", Inés pudo seguir a su hermana hasta las mansiones eternas. Concluye
la Leyenda de Santa Clara que "como había pasado del mundo a la cruz
precedida por su hermana, así mismo, ahora que Clara comenzaba ya a brillar con
prodigios y milagros, Inés pasó ya madura, en pos de ella, de esta luz
languideciente, a resplandecer por siempre ante Dios".
La noticia de su muerte
se extendió por Asís y por toda la comarca y atrajo, igualmente, a una multitud
de gente que le tenían gran aprecio y esperaban poder contemplar sus restos
mortales. Todo ese gentío subía por la escalera de madera que, desde el
claustro, comunicaba con con el dormitorio de las clarisas. Pero las cadenas de
hierro no pudieron soportar el peso, y se derrumbó, arrastrando consigo a los
que subían, y aplastando los cuerpos de los que estaban debajo, hombres,
mujeres y niños. Pudo haber sido una gran catástrofe, pero la muchedumbre
entera invocó con fe el nombre de Inés, y todo lo más que hubo fueron heridos y
magullados, que se levantaron sonrientes, como si nada hubiese ocurrido.
Ese fue sólo el primero
de los muchos favores obtenidos, por intercesión de Inés, por parte de enfermos
incurables, ciegos y poseídos, a lo largo de los siglos, hasta la aprobación
oficial de su culto por parte del papa Benedicto XIV, que tuvo lugar el 15 de
abril de 1762. Su fiesta en el Martirologio Romano es el 16 de noviembre, pero
la familia franciscana la celebra el 19 del mismo mes. El cuerpo de santa Inés
reposa en la misma Basílica de Asís donde descansan los restos de su hermana
santa Clara, su otra hermana, Beatriz, y su madre Hortelana, que también se
hicieron damianitas.
Tomado de:
http://www.franciscanos.org/santoral/inesasis.htmlhttp://www.franciscanos.net/santoral/nombres/Ines%20de%20Asis.htm
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